Guillermo Arriaga y El hombre: una novela monumental sobre violencia, imperio y poder

By Daniel Sepúlveda
Guillermo Arriaga, reconocido por guiones como Amores Perros, 21 gramos o Babel, y autor de novelas como Salvar el fuego (Premio Alfaguara 2020), presenta ahora El hombre, quizá su proyecto narrativo más ambicioso. Con más de 700 páginas y seis voces distintas, esta obra se inscribe en la tradición de las grandes novelas-río, aquellas que no solo narran una historia, sino que exploran la entraña de la violencia, la construcción del poder y las tensiones que atraviesan la condición humana.
Una historia concebida como cine, realizada como literatura
Arriaga confesó que El hombre nació como guion cinematográfico. Durante 25 años intentó venderla a estudios como Paramount o Universal, pero el proyecto nunca cristalizó. Lo que el cine no logró absorber, la novela lo acogió con fuerza: el paso del guion a la página permitió expandir el relato hasta convertirlo en una saga histórica y mítica.
La diferencia, explica el autor, está en el punto de vista: la novela habita siempre en primera persona (aunque use narrador omnisciente, entra en la mente de los personajes), mientras que el cine es inevitablemente tercera persona. Esta distinción terminó inclinando la balanza hacia el libro.
Henry Lloyd: el mito del fundador violento
El protagonista, Henry Lloyd, no surge como un héroe clásico ni como villano absoluto: es un arquetipo. Arriaga lo imagina como un hombre que funda un imperio liberando esclavos para transformarlos en ejército propio, y robando tierras en México para expandir su dominio.
Su origen es deliberadamente oscuro: “Hubo un big bang exclusivo para este hombre”, dice uno de los narradores. Su némesis, Jack Barley, es el único que conoce su pasado real. El choque entre ambos encarna la tensión entre la construcción de legitimidad y la amenaza del origen: todo imperio teme a la verdad que puede desmoronarlo.
Violencia: entre la crueldad y la empatía
Uno de los ejes más provocadores de la novela es la representación de la violencia. Henry Lloyd prohíbe los latigazos y mejora las condiciones de los esclavos, lo que lo hace parecer un humanista. Pero esta máscara de empatía oculta un cálculo estratégico: la violencia no desaparece, se transforma en herramienta de control y lealtad.
Arriaga rechaza la violencia gratuita: sus personajes no gozan del dolor, lo utilizan como medio. Esta visión resuena con su propia experiencia personal, marcada por una infancia en un barrio “bravo” de Ciudad de México, donde aprendió que la violencia establece jerarquías y que la rabia nace de la injusticia.

Polifonía narrativa: seis novelas en una
La estructura de El hombre es un tour de force técnico. Cada voz narrativa —esposa, esclavo, descendiente, mexicano despojado, biógrafo, entre otros— tiene un lenguaje propio, un ritmo, un arco vital. Arriaga lo resume como haber escrito seis novelas de 120 páginas entrelazadas.
El autor escribe en el mismo orden en que el lector las encuentra: de esta manera, la tensión no se planifica, se intuye. Lo que parece una arquitectura milimétrica es, en realidad, un proceso de descubrimiento orgánico donde la historia dicta sus necesidades.
Literatura como espejo de nuestro tiempo
Aunque el autor insiste en que su único objetivo es contar una historia, la recepción ha sido inevitablemente política. Su editora lo describió como “un espejo de nuestros tiempos”.
La figura de Henry Lloyd, un hombre que acumula poder a cualquier costo, dialoga con realidades contemporáneas: migraciones masivas, capitalismo desigual, líderes que erigen imperios personales. Sin embargo, Arriaga rechaza la idea de cargar la novela con tesis explícitas: “Un panfleto sirve para compromiso político. Una novela es para contar una historia”.
La paradoja es clara: cuanto más se resiste a ofrecer un mensaje, más resonancia adquiere su obra en el presente.
Arriaga y la tradición de las grandes novelas
El escritor mexicano reivindica la capacidad de la literatura para anticiparse a la historia. Cita a Dickens como cronista de la Inglaterra decimonónica, a Dostoievski como intérprete de la decadencia rusa, a Rulfo como espejo del caciquismo mexicano. Su aspiración es que El hombre no sea solo una novela de nuestro tiempo, sino una obra que pueda leerse dentro de 20 años y siga interpelando a nuevos contextos.
En este sentido, El hombre se coloca junto a novelas que no buscan ser tesis políticas, sino lecturas radicales de lo humano, capaces de iluminar tanto el pasado como el presente.
El hombre es, al mismo tiempo, una saga familiar, una ucronía y una reflexión sobre la violencia fundacional de los imperios. En ella, Arriaga despliega todo lo que lo caracteriza: intensidad, crudeza, multiplicidad de voces y la convicción de que narrar es su manera de estar en el mundo.
Más allá de sus 700 páginas, la novela confirma algo esencial: que la ficción, cuando no busca moralizar ni adoctrinar, puede convertirse en el espejo más nítido de nuestra realidad. La literatura, en manos de Arriaga, no explica la historia: la acecha, la persigue y la anticipa.
